¿Qué es lo que hace del cambio climático un problema tan complejo? Uno de los factores es que las emisiones se dispersan rápidamente en la atmósfera. Si un país reduce sus emisiones de gases de efecto invernadero, el beneficio es para miles de millones de personas. Pero imaginemos que hay un país –al que llamaremos Flojilandia– que está emitiendo grandes cantidades de dióxido de carbono y no quiere reducirlas. Si Flojilandia puede convencer de alguna forma a los otros países para que actúen pero no hace nada por su cuenta, se aprovecha de todas las ventajas de un clima más fresco sin hacer ningún esfuerzo. En la jerga de la teoría de juegos se les denomina oportunistas.
“Lo que se necesita es un tratado que cambie los incentivos –aseguró Barrett–. Un buen tratado hace que los países se comporten de otra forma.” Un tratado global eficaz sobre el cambio climático debe repartir por igual palos y zanahorias para alejar a los países de la estrategia por omisión –la de Flojilandia– y llevarlos hacia la cooperación. La clave está en imaginar cómo crear estos incentivos —dicen muchos teóricos de los juegos— para salir del actual estancamiento y para mantener un acuerdo sólido que funcione durante muchas décadas.
Sin embargo, se lamenta Barrett, hasta ahora en las negociaciones “todo se ha centrado en objetivos y calendarios”. Los países, los grupos ecologistas y las organizaciones de ayuda discuten cuánto deberían cortar sus emisiones los países ricos de aquí al año 2050; si debería ser el 50, el 80 o el 90%o. Y están sopesando qué tipo de atmósfera necesitaríamos a largo plazo, si es mejor intentar estabilizar las concentraciones de dióxido de carbono en 550, 450 o incluso 350 partes por millón (ppm), en comparación con el valor actual de 390 ppm. “Creo que es un completo error –señaló Barrett–. Como climatólogos se puede entender. Como seres humanos, tiene sentido. Pero como [punto de partida de] un acuerdo internacional, no hay por dónde cogerlo.”
¿Cómo puede entonces el mundo diseñar un tratado más sólido sobre el clima? Desgraciadamente, la teoría de juegos predice que es difícil arrancar y que es probable que haya puntos muertos. Los países han hecho muchas promesas de recortar los gases de efecto invernadero, señaló Barrett, empezando por la conferencia de 1988 en Toronto que pidió recortes del 20% en las emisiones de CO2 para 2005, un objetivo que varios países europeos se comprometieron a alcanzar. Pero 2005 llegó, se fue, y esos países no lograron sus objetivos4. “Nadie quiere llegar demasiado lejos a menos que los demás lo hagan –afirmó Barrett–, y ése es precisamente el primer paso.”
La clave para que el proceso se ponga en marcha, según indican los estudios sobre cooperación, es trabajar con los palos y las zanahorias. El Protocolo de Kioto –un acuerdo firmado en 1992 para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, vigente entre 2005 y 2012– incluye, por ejemplo, un incentivo en forma de Mecanismo de Desarrollo Limpio. Mediante este acuerdo los países pueden comprar créditos de carbono que sirven para pagar por la reducción de emisiones en los países en vías de desarrollo y permite a los países más ricos retrasar la reducción de sus propias emisiones. Además, si los países incumplen los objetivos de Kioto, se supone que van a ser multados en el siguiente acuerdo y tendrán que recortar más aún sus emisiones en la fase siguiente, después de 2012.
Pero hasta ahora las zanahorias no han sido bastante sabrosas ni los palos tan amenazadores. Si bien el Protocolo de Kioto se estableció originalmente para reducir hasta 2012 las emisiones de gases de efecto invernadero en los países más desarrollados un 5% por debajo de los niveles de 1990, estos objetivos se suavizaron en los acuerdos de continuidad. Además, algunos países como España, Dinamarca y Austria están en vías de excederse en sus objetivos. Canadá, por lo pronto, ha aumentado sus emisiones en más del 30% en lugar de reducirlas en un 6% como se comprometió a hacer.
Lo mismo podría decirse del sucesor del Protocolo de Kioto, según un estudio que Carraro y sus colegas publicaron en septiembre5. Se dieron cuenta de que si los países firman un tratado global, éste podría funcionar, pero sería inestable y muchos países tendrían tentaciones de ir por libre. Mantener esta gran coalición unida supondría enormes transferencias de fondos –del orden de miles de millones de dólares al año– de los países más ricos a los más pobres.
Este tipo de mejoras son fundamentales para cualquier acuerdo sobre el clima, opinan muchos economistas. Si los países más ricos ayudan a los más pobres con tecnologías de bajas emisiones, quizá sirviera para que los países en vías de desarrollo empezaran a recortar sus emisiones. “No espero que China, India [y otros países en vías de desarrollo] se comprometan a nada sin alguna nueva institución que financie las inversiones en energía en esos países por parte de los países desarrollados”, afirmó Thomas Schelling, de la Universidad de Maryland en College Park, que en 2005 compartió el premio Nobel de Economía por su trabajo en la teoría de juegos.
Movimiento gravitatorio
A pesar de estos incentivos, en el estudio de Carraro las coaliciones estables sólo contaban con un puñado de países. Esto se debe a que cuando las coaliciones suman más miembros, los incentivos cambian. Cuantos más jugadores haya en un grupo, menos le importa a cada uno lograr el objetivo del grupo. En grupos más grandes también hay menos presión para no engañar, por lo que es más fácil caer en la tentación del oportunismo. En su modelo, dice Carraro, “normalmente tenemos siete u ocho coaliciones en lugar de una gran coalición única”.
En las negociaciones sobre el clima celebradas hasta ahora, tanto en Kioto como en las conversaciones que desembocaron en Copenhague, la gran presión ha sido dar pie a un acuerdo que firmaran casi todos los países. “Es un poco ingenuo”, señaló Carraro. La teoría de juegos dice que no sólo es una pérdida de tiempo, sino que además podría ser contraproducente.
Aparte de la cuestión de la estabilidad de este tipo de tratados, también hay que preocuparse por su eficacia. Atraer a más países a firmar el acuerdo supone inevitablemente suavizar los requisitos, sostiene Carraro. “Cuanto mayores sean las ambiciones, menos países se sumarán”, afirmó. Esto explicaría además por qué tantos países ratificaron el Protocolo de Kioto, añadió. “Precisamente por su falta de ambición”.
Ahora un número creciente de economistas piden enfoques “desde abajo” que incluyan acuerdos entre grupos más pequeños de países. “Estoy seguro de que es un error intentar que más de doce partes importantes negocien”, aseguró Schelling. Sería mejor limitarse a “la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá, Japón, Australia, Rusia y quizá China, India, Brasil e Indonesia”, añadió.
Según este principio, grupos como el G8 y el Foro de las Principales Economías han trabajado para lograr acuerdos entre sus miembros, entre los que se encuentran los países más ricos y los que más emisiones producen. Además, China está trabajando en coalición con Estados Unidos y por separado con India para forjar un acuerdo sobre temas clave antes de las conversaciones oficiales de Naciones Unidas. “El centro de gravedad se ha desplazado –afirmó el economista Robert Stavins de la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts–. Hay mucho más interés en los enfoques de abajo arriba.”
Garantizar el cumplimiento
Para que haya un acuerdo sobre el clima no basta con establecer objetivos de las emisiones. La mayoría de los estudios indican que para evitar a los oportunistas habrá que velar por el cumplimiento del tratado. El problema, dijo David Victor, economista de la Universidad de California en San Diego, que no está en la onda de la teoría de juegos, es que “los gobiernos no tienen mucho control directo sobre las emisiones”. Lo que deberían hacer es “centrarse en cosas que los gobiernos controlan de verdad”, como las regulaciones o precios del carbono, sostiene. “Cuanto más te alejas de ello, más difícil es diseñar el acuerdo. Y como es uno de los acuerdos más difíciles de diseñar, es un gran problema que sea eficaz.”
La preocupación de Victor apunta a un gran obstáculo para implementar estos incentivos: a pesar de los miedos de unos cuantos teóricos paranoicos de la conspiración, todavía no hay un gobierno mundial. Por lo que, si bien es posible soñar con normas y castigos para todas las Flojilandias del mundo, no es evidente cómo hacerlo. Algunos han sugerido utilizar sanciones comerciales, como los aranceles a la importación de las mercancías de países que no logren los objetivos de emisiones. Estos impuestos arancelarios se han incorporado en la ley Waxman-Markey sobre el clima que se está estudiando en el Senado de los Estados Unidos, señaló Barrett.
Con independencia del tipo de legislación que implanten los países, dijo Barrett, “es muy importante que sea legítima y que todas las partes la hayan acordado.” Pero los castigos, si los ha decidido un único país, pueden volverse contra él. “Una de las cosas que se ven continuamente en los experimentos –relató Barrett–, es que si los jugadores creen que el castigo es injusto, se rebelarán.” Así que después de todos estos años en los que Estados Unidos ha ido a remolque, explicó, “ahora vamos a equivocarnos probablemente por adelantarnos demasiado a otros países.”
Pero resulta difícil decidir los castigos que sean justos para todo el grupo y que el legislador considere justo imponer. Los estudios en economía del comportamiento indican que es necesario un equilibrio entre los esfuerzos del legislador y la pena de las multas. Expresado en una relación entre el esfuerzo y la multa; “tiene que ser de uno a tres o uno a cuatro”, explicó Milinski. “Si la relación es de uno a dos, no funciona.” Si conseguir que la ley se cumpla supone demasiado esfuerzo, nadie se va a presentar voluntario para las patrullas de vigilancia. Y si el látigo restalla con demasiada fuerza puede dar lugar a rencores o incluso revueltas. No obstante, dijo Milinski “creemos que el castigo se usaría sólo como último recurso”. En experimentos la gente está dispuesta a utilizar cualquier tipo de incentivo para desanimar a los oportunistas. Y cuando tienen que elegir entre castigo o recompensa, normalmente eligen atraer a sus compañeros de equipo con zanahorias en lugar de ir dándoles palos7.
“Hasta ahora, la mayoría de estas lecciones se habían ignorado –sostuvo Victor–. Por una parte indica que los arquitectos de los acuerdos no han aprendido la lección básica de la teoría de la cooperación. Pero sobre todo es una señal de que la mayoría de los gobiernos no quieren gastarse mucho dinero en el problema del calentamiento.”
Otros no están tan seguros de que los economistas lo puedan explicar con tanta facilidad. “Los juegos de las negociaciones no tienen reglas claras y no hay un árbitro que garantice el cumplimiento, por lo que la complejidad de la situación real es infinitamente mayor de lo que pueda analizar con la teoría de juegos”, dijo John Schellnhuber, director del Instituto Potsdam de Investigación sobre Impacto Climático en Alemania, consejero en temas de clima del gobierno alemán.
Pero incluso si las negociaciones de Copenhague no consiguen colmar sus expectativas, no le provoca desesperación, dicen los teóricos de los juegos como Carraro. Los estudios de cooperación podrían ofrecer un conocimiento sobre cómo conseguir la firma de un acuerdo y que éste se mantenga. Así pues, aunque la mayoría de los estudiantes del estudio de Milinski fracasó en su tarea, sólo por el hecho de jugar podían estar evitando una catástrofe climática.