No es el rey, es el trono

No es el rey, es el trono

Estos días están juzgando al alcalde del pueblo en el que resido. Como podréis imaginar se ha levantado una elevada expectación, principalmente por parte de un considerable número de personas que, aprovechando la circunstancia, vuelven a clamar una vez más por su dimisión. “Así, al fin, se haría justicia” – insisten con airada vehemencia. Como si una miserable condena económica para el cacique, o una suspensión de su cargo, restableciera el daño causado. Como si una única resolución judicial, y sólo si cayera la moneda del lado deseado, fuese capaz de demostrar la validez y legitimidad de un sistema democrático que a diario se nos muestra viciado, podrido y corrupto hasta las entrañas. Como si, una vez superado el principio de incertidumbre judicial, una posible condena fuera capaz de compensar tantos años de dominación, robo y desprecio hacia toda una población.

No encuentro, en mi caso, motivo alguno para sumarme a ese coro que clama por su dimisión, en tanto en cuanto se apunta a la persona y no a la poltrona. Tal y como lo entiendo, el robo no lo ha efectuado el señor alcalde al meter sus manos en las arcas para llenar sus bolsillos.El robo se produce cuando nos apuntan a la cabeza con las armas coercitivas y punitivas recaudatorias para sacarnos el dinero de nuestros bolsillos, cada vez que pagamos la factura del agua, el impuesto de circulación, la contribución, las tasas, los permisos, etc. Lo que ocurre después son solo diferentes formas de redistribución. Bajo unos gobiernos se favorecerá más a determinados servicios y sectores, y bajo los siguientes gobiernos se privilegiará a otros diferentes.

Y así anda la gran mayoría, exigiendo que se le entregue cuanta mayor parte del botín sea posible para su causa particular, pero sin cuestionarse la legitimidad y la dudosa moralidad que existe detrás del robo generalizado. Incluso aunque se repartiera el botín entre muchos, en lugar de entre unos pocos, moralmente ¿habría mucha diferencia entre ser atracado por diez que ser atracado por mil? ¿Es el número de personas que se reparten el botín lo que establece la razón de ser de una auténtica democracia?

No me cabe duda que, en caso de producirse tan ansiada dimisión, ésta se celebrará como una victoria por aquellos a quienes se les continuará robando. Mientras el trono, la poltrona, la alcaldía, o como queráis llamarlo, continuará permaneciendo ahí mismo. Impasible. Al fin y al cabo, es solo un objeto inanimado, ¿no?. Supongo que por ese motivo es que no se le presta la debida atención. Pero hay quienes no son ajenos a su importancia en estos asuntos, y demuestran conocer bien ese dicho: ‘A rey muerto, rey puesto’. Y ahí andan, emboscados entre las sombras, observando, esperando, frotándose las manos… y no precisamente por el frío.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio web utiliza cookies política de cookies. ACEPTAR

Aviso de cookies